Son las 5am, todos despiertos;
nadie se lamenta por madrugar. Cuando los gallos canten, el plátano deberá
estar asado y el café bien cargado. Podríamos inferir que es Manabí, pero no es
verdad. Se trata del amanecer de una familia de la comunidad montubia en el
norte de Guayas, quienes hoy tendrán el trabajo un poco más difícil que de
costumbre. Lorenzo Salazar deberá entregar los veinticuatro sacos de carbón
trabajados durante toda la semana. Por eso permite que su hijo Gabriel de 11
años, falte a la escuela. La producción de carbón de leña es la base de la
economía de esa y otras familias del recinto Los Amarillos. El trabajo consiste
en quemar la madera de algunos arbustos de la zona que, en temporada de
invierno, florecerán nuevamente. Hasta
ahora, el panorama se ve desértico.
Los dos hombres de la casa salen
en busca de algún camionero que les preste el servicio de carga hasta Colimes,
cantón donde habitan los clientes de
Lorenzo. En media hora llegaron. El hijo le pregunta al padre cuánto ganarán
esta vez por la venta, “poco, como siempre”, recibió como respuesta. Cada costal es vendido a ocho dólares y los ingresos deberán solventar la economía del
hogar hasta el próximo mes. Hasta entonces deberá tener listo una cantidad
similar del producto.
En la casa quedaron Mireya y la
pequeña Sonia de tres años. La cocina prepara el almuerzo muy degustado por la
familia: sopa de carne y arroz con menestra y carne asada. Falta poco para que
lleguen Carla y Belén de la escuela. Aunque
la comida está lista, Mireya evitará servirles a las niñas hasta que estén
todos completos. Hasta entonces darán de comer a los cuyes y a los pollos que
cría. Son las dos de la tarde y los ansiados finalmente llegaron. Llevaban seis
horas de haber desayunado, por lo que merecen, como todo hombre, repetir su
porción. Una vez terminado el almuerzo, las niñas deberán hacer las tareas de
la escuela. Mireya, a diferencia de Lorenzo, no podrá descansar; deberá
ayudarlas. Desde la hamaca el padre expresa su deseo de ver a sus hijas
convertidas en profesoras de la misma comuna. Para esto deberá enfrentar
adversidades muy culturalmente tradicionales en la zona; la primera es reunir
dinero suficiente para mandarlas a estudiar a Guayaquil, donde podrán quedarse
con familiares, advierte Mireya. Ellas apenas tienen seis y nueve años, por lo
que para Lorenzo la verdadera dificultad es evitar que obtengan matrimonio a
temprana edad. Detalla que las familias en el campo se conforman cuando los chicos
apenas alcanzan una educación primaria. Por ejemplo, ellos se unieron cuando
Mireya tenía 14 años y él 16. Desde entonces, ha cambiado nada o muy poco la
realidad de las familias montubias. Los hombres tienen sus tareas y las mujeres
las suyas.
La tarde va cayendo, Carla ganó a
Belén en terminar los deberes de la escuela. Ahora deberá retribuir a su madre
la ayuda que le prestó; juntas deberán hacer la merienda. Corriendo baja las
escaleras y toma arbitrariamente seis huevos puestos por la gallina. La
merienda suele ser ligera, o como es lo mismo fácil de hacer, por eso su
preparación solo tarda treinta minutos, a pesar de que emplea leña en vez de
cilindro de gas.
A las 8 pm todos deben estar
limpios en la única habitación y bajo sus toldos porque empezará “la novela”,
las misma que no terminarán de ver completamente porque el sueño llega casi
enseguida.
Género: Crónica
Por: Narcisa Rendón Guerrero
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