viernes, 18 de enero de 2013

Los Salazar, una familia "de adentro"



Son las 5am, todos despiertos; nadie se lamenta por madrugar. Cuando los gallos canten, el plátano deberá estar asado y el café bien cargado. Podríamos inferir que es Manabí, pero no es verdad. Se trata del amanecer de una familia de la comunidad montubia en el norte de Guayas, quienes hoy tendrán el trabajo un poco más difícil que de costumbre. Lorenzo Salazar deberá entregar los veinticuatro sacos de carbón trabajados durante toda la semana. Por eso permite que su hijo Gabriel de 11 años, falte a la escuela. La producción de carbón de leña es la base de la economía de esa y otras familias del recinto Los Amarillos. El trabajo consiste en quemar la madera de algunos arbustos de la zona que, en temporada de invierno,  florecerán nuevamente. Hasta ahora, el panorama se ve desértico.


Los dos hombres de la casa salen en busca de algún camionero que les preste el servicio de carga hasta Colimes, cantón donde habitan  los clientes de Lorenzo. En media hora llegaron. El hijo le pregunta al padre cuánto ganarán esta vez por la venta, “poco, como siempre”, recibió como respuesta.  Cada costal es vendido a ocho dólares  y los ingresos deberán solventar la economía del hogar hasta el próximo mes. Hasta entonces deberá tener listo una cantidad similar del producto.


En la casa quedaron Mireya y la pequeña Sonia de tres años. La cocina prepara el almuerzo muy degustado por la familia: sopa de carne y arroz con menestra y carne asada. Falta poco para que lleguen Carla y Belén de la escuela.  Aunque la comida está lista, Mireya evitará servirles a las niñas hasta que estén todos completos. Hasta entonces darán de comer a los cuyes y a los pollos que cría. Son las dos de la tarde y los ansiados finalmente llegaron. Llevaban seis horas de haber desayunado, por lo que merecen, como todo hombre, repetir su porción. Una vez terminado el almuerzo, las niñas deberán hacer las tareas de la escuela. Mireya, a diferencia de Lorenzo, no podrá descansar; deberá ayudarlas. Desde la hamaca el padre expresa su deseo de ver a sus hijas convertidas en profesoras de la misma comuna. Para esto deberá enfrentar adversidades muy culturalmente tradicionales en la zona; la primera es reunir dinero suficiente para mandarlas a estudiar a Guayaquil, donde podrán quedarse con familiares, advierte Mireya. Ellas apenas tienen seis y nueve años, por lo que para Lorenzo la verdadera dificultad es evitar que obtengan matrimonio a temprana edad. Detalla que las familias en el campo se conforman cuando los chicos apenas alcanzan una educación primaria. Por ejemplo, ellos se unieron cuando Mireya tenía 14 años y él 16. Desde entonces, ha cambiado nada o muy poco la realidad de las familias montubias. Los hombres tienen sus tareas y las mujeres las suyas.


La tarde va cayendo, Carla ganó a Belén en terminar los deberes de la escuela. Ahora deberá retribuir a su madre la ayuda que le prestó; juntas deberán hacer la merienda. Corriendo baja las escaleras y toma arbitrariamente seis huevos puestos por la gallina. La merienda suele ser ligera, o como es lo mismo fácil de hacer, por eso su preparación solo tarda treinta minutos, a pesar de que emplea leña en vez de cilindro de gas.

A las 8 pm todos deben estar limpios en la única habitación y bajo sus toldos porque empezará “la novela”, las misma que no terminarán de ver completamente porque el sueño llega casi enseguida. 

Género: Crónica
Por: Narcisa Rendón Guerrero

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