A lo largo de la vida nos encontramos con comportamientos y personalidades diversas a las que estamos acostumbrados, así que cuando vemos o escuchamos algo que no es normal o agradable para uno mismo o lo que creemos no es correcto de acuerdo a nuestra educación o principio nos escandalizamos y tendemos a prejuzgar, etiquetar y atacar sin argumento alguno. A esto se le llama prejuicio que no es más que una estrategia perceptiva que predispone a adoptar un comportamiento negativo hacia personas o miembros de un grupo, cuyo contenido descansa sobre una generalización errónea y rígida respecto de ese objeto y que prescinde de datos de realidad y es así como se tiende a catalogar a las personas sin conocerlas.
Se habla mucho de cómo la sociedad discrimina a las personas y de las propias barreras, que uno mismo se crea, pero se habla muy poco del estigma y los prejuicios dentro de la familia, los cuales sin duda condicionan, la manera de comportarse de sus integrantes, el cómo te tratan y lo que se espera de ti.
Es tradicional que existan familias conservadoras y estereotipos creados por ellos mismos. Es usual que los padres tachen a un chico de pandillero porque lo ven lleno de tatuajes o con piercings en el cuerpo; que juzguen a un hijo cuando se involucra con una persona divorciada o con hijos porque piensan inmediatamente que no esa persona no ha tenido un buen pasado; que discriminen a las personas por ser negras; que critiquen a otros por su manera de vestir, por la música que escuchan, por las personas a las que admiran o por último que califiquen a los homosexuales de personas anormales o malas influencias.
Los modelos que aportan padres y madres se convierten, en los valores, actitudes y comportamientos generalmente construidos sobre mitos, estereotipos y prejuicios, amparados en una visión tradicional y arcaica de cómo ser persona y estos se transforma en las reglas del juego que se asumen en el contexto familiar.
En todos estos casos emerge un factor común: la tendencia a sentirse amenazado, que se presenta normalmente en padres conservadores. En la personalidad parece existir una inseguridad subyacente. El individuo no puede enfrentar el mundo con firmeza y de una manera frontal. Parece tener miedo de sí mismo, de sus propios instintos, de su propia conciencia, del cambio y de su ambiente social, quizás por experiencias vividas en el pasado. Puesto que no puede vivir cómodo consigo mismo ni con los demás, se ve forzado a organizar todo su estilo de vida, incluyendo sus actitudes sociales, de manera de acomodarlas a esta torturada condición. No se trata de que comiencen por estar deformadas sus actitudes sociales específicas sino que es su yo el que está lisiado.
Los prejuicios de los padres afecta en las amistades de sus hijos, las personas no tienen la culpa de tener ciertas características que a los padres muchas veces les parezca negativas por algo que vivieron en su juventud o algo que les inculcaron en la infancia, es importante no caer en el error de “juzgar al libro por su portada” si no mirar en el interior para ver realmente de lo que trata.
Por: Andrea Camba V.
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